Alberto Olmedo

Alberto Olmedo nació en Rosario, Santa Fé, el 24 de agosto de 1933. La condición humilde de su familia lo llevó a transitar por los más diversos oficios. El barrio Pichincha de Rosario fue su escuela. Allí, cerca del Paraná, se ganó la vida como cadete de una verdulería. Pero su instinto lo llevó rápidamente a vincularse con el mundo del espectáculo. En el Teatro Comedia de Rosario descubrió a grandes compañías en gira a las que podía apreciar de cerca dado que se había empleado como claque (aplaudidor). Con Juanito Belmonte, y algunos otros amigos, también germinó la incipiente vocación por los escenarios en humildes sótanos y café concerts de su ciudad.


Ya instalado en Buenos Aires, su primer acercamiento a la televisión fue como tiracables en el viejo Canal 7. Allí se conectó con el medio que, años después, lo consagraría como uno de sus grandes ídolos. En esta ciudad, Alberto vivió durante muchos años en una casa ubicada en Benjamín Matienzo 2541, del barrio de Palermo.


El actor conquistó tanto al público adulto como al público infantil. Su querible “Capitán Piluso” desparramaba ternura a la hora de la merienda invitando a los chicos "a tomar la leche" junto a su inseparable compañero Coquito, interpretado por Humberto Ortiz. Olmedo era de esos artistas que podía desarrollar el humor más ingenuo o enarbolar la picardía de los espectáculos de revista porteña. Su personaje de Rucucu en “No toca botón” lo consagraría como una de las estrellas más queridas del país. El Manosanta, el dictador de Costa Pobre, el sobrino de Borges, el "Yeneral" González, Rogelio Roldán y Chiquito Reyes serían otras de sus creaciones más celebradas, muchas de ellas inspiradas en amigos cercanos. Algunas de las frases enarboladas por sus personajes aún hoy suelen ser recordadas y utilizadas cotidianamente. Cómo olvidar latiguillos como "Y si no me tienen fe", "Adianchi", "De acá", "Poniendo estaba la gansa", "Savoy, Savoy", "No toca botón", "¿Me trajiste a la nena?" o “Éramos tan pobres”.


Sus dúos con Jorge Porcel en cine y teatro fueron siempre un suceso. En la revista porteña formó rubro con Susana Giménez y Moria Casán, conformando temporadas con dos funciones diarias y los sábados con una, hoy extinguida, tercera presentación en trasnoche. Eran épocas doradas para el teatro popular. Antes de consagrarse con su ciclo de humor, encabezó la comedia “Alberto y Susana” con Giménez, con quien entablaría una cálida amistad.


Su oficio fue muy criticado en su época por ser considerado chabacano y algo vulgar. La crítica especializada vapuleaba los programas de televisión y las comedias teatrales que él encabezaba, generalmente bajo los libretos y la dirección de los hermanos Gerardo y Hugo Sofovich.


Luego de su muerte, y después de varios años, sectores académicos comenzaron a rescatar el arte de este actor popular que, como un payaso de la vieja escuela del teatro rioplatense, podía sacudir más de una máscara. Hoy, quizás por lo prematuro y trágico de su muerte, es considerado un artista de culto. Venerado por el pueblo y también, hay que decirlo, por los ámbitos más intelectuales. Le llegó tarde este último reconocimiento. Pero a él, lo que le interesaba realmente era el cariño del público. Un público que jamás lo olvidó.


Referente de otro tiempo, el humor de Olmedo cosificaba a la mujer. La exhibición de los cuerpos en ropa interior y los chistes con doble intención, eran propios de un estilo y de una época, ya en desuso, que hoy sería repudiable, lindaba con cierta utilización y subestimación del género femenino.


En su vida personal, Olmedo era generoso al extremo. Tal es así que siempre se adelantaba a pagar la cena con amigos e invitar con espumante a sus compañeros de mesa. Uno de sus restaurantes preferidos era el de José Alberte conocido como "Pepe Fechoría", ubicado en Av. Córdoba 3821, barrio de Palermo.


Alberto era fiel amigo y buen padre. Y un excelente compañero de trabajo que, sin perder autoridad ni liderazgo, se hacía querer por todos. Olmedo no hacía diferencias entre actores, boleteros, camarógrafos o tiracables. Se sentía uno más. Y así lo transmitía al resto. No permitía divismos ni escándalos en su compañía. Su esencia era de un tipo que jamás olvidó la austeridad de su Rosario natal y conservaba intactos los códigos de barrio.

Olmedo tuvo dos grandes mujeres a su lado: Judith Jaroslavsky y Tita Russ, quienes siempre mantuvieron el bajo perfil. Ellas son las madres de sus hijos Mariano, Marcelo, Javier, Sabrina y Fernando (fallecido en el accidente que también le costara la vida al cantante Rodrigo Bueno).


En el verano de 1988, el actor estaba en su mejor momento profesional. Había batido records de recaudaciones en la boletería del Tronador. Además, se había estrenado el film “Atracción peculiar” dirigido por Enrique Carreras, con muy buena asistencia de espectadores. La comedia teatral que protagonizaba en Mar del Plata se vería en el Teatro Astral de Buenos Aires. Y, desde abril, los viernes de Canal 9 volverían a contar con los nuevos programas de “No toca botón” con libro y dirección de Hugo Sofovich. Panorama inmejorable.


Pero la mañana del sábado 5 de marzo de 1988, el sol se escondió. La llovizna cubría toda la costa marplatense, presagio del llanto de todo un país. Pasadas las ocho de ese amanecer gris, Alberto Olmedo caería desde el piso 11 del Edificio Maral 39, ubicado sobre el Boulevard Marítimo a la altura de Playa Varese. Quedó marcada en la memoria colectiva la foto trágica y conclusiva de su cuerpo sobre el asfalto. Esa muerte inesperada se llevó a un hombre de tan solo 54 años. Y convirtió al ídolo popular en mito, como siempre sucede cuando el desenlace llega en el mejor momento artístico.


El actor murió luego de una noche romántica con quien, en ese momento, era su pareja: la modelo y actriz Nancy Herrera; falleció sabiendo que iba a ser nuevamente padre y que ese hijo se llamaría Alberto. Aquella mañana, el cielo se desplomaba en sintonía con el duelo de millones de argentinos que no podían creer que su ídolo ya formaba parte del recuerdo.


Enterada de la noticia, Matilde, la madre del cómico llegó a Buenos Aires desde La Rioja, donde visitaba familiares. Tal fue el impacto que le causó la noticia, que falleció a las pocas horas. Una tragedia más, en el marco del gran hecho lamentable que llenaría la tapa de diarios y revistas.


Luego de las pericias policiales y el trabajo de los forenses, se realizó un velatorio corto y con acceso restringido en la cochería de Rogelio Roldán, amigo de Olmedo e inspirador de uno de sus más recordados personajes. A las pocas horas, el cadáver fue trasladado en ambulancia a Buenos Aires. Una multitud acompañó el cortejo al Cementerio de la Chacarita, donde sus restos descansan en el Panteón de Actores.


Con su partida, el llamado clan Olmedo quedó desmembrado. Sus integrantes no volvieron a tener la misma repercusión masiva ni éxitos de envergadura. Con él murió una época. Un modo de hacer humor.


Sobre la Av. Corrientes, sus manos reposan frente al predio que ocupaba el Teatro Alfil, última sala de Buenos Aires en la que se presentó. Y frente al Maral 39, de espaldas al mar, un monumento lo recuerda en la Mar del Plata que le dio veranos de aplausos y que lo acunó en su segundo fatal.