Benito Quinquela Martín

Benito Quinquela Martín fue abandonado con pocos días de nacimiento, con una nota que decía "este niño ha sido bautizado con el nombre de Benito Juan Martín", el 21 de marzo de 1890, en la Casa de Niños Expósitos (Casa Cuna), ubicada en la Av. Montes de Oca 40, en el barrio de Barracas. Y allí se fijó su fecha de nacimiento por aproximación: el 1 de marzo. Ese día festejaría su cumpleaños hasta el final de su existencia. En ese orfanato vivió durante sus primeros años.


A los ocho años llegó a su vida el matrimonio Chinchella. Su padre adoptivo, Manuel, era genovés y criado en Olavarría. Su madre adoptiva, Justina Molina, era entrerriana, de Gualeguaychú y de ascendencia indígena. Benito adquirió el apellido de su padre adoptivo "Chinchella" que posteriormente sería fonetizado al castellano como Quinquela.


Sus padres adoptivos tenían una carbonería muy modesta, en la calle Irala al 1500. Benito cursó dos años en la Escuela Primaria N°4 ubicada, justamente, en lo que hoy es la calle Benito Quinquela Martín 1081,  donde llegó hasta el tercer grado, y aprendió los conocimientos elementales: leer, escribir y nociones de matemáticas. Luego debió abandonar debido a la situación económica de su familia. Según él, los conocimientos adquiridos le permitían no ser estafado. Empezó a trabajar como colaborador en la carbonería, y de adolescente, ayudó a su padre en el puerto como estibador. "Los estibadores fueron el sujeto omnipresente en su pintura, un universo que conocía muy de adentro, como era esa esperanza del trabajo y también el duro padecimiento que significaba", explica Víctor Fernández, director del Museo de Bellas Artes "Benito Quinquela Martín”.


El barrio de La Boca significó su musa inspiradora. La Boca era un laberinto de sentidos, no solamente por la mezcla de lenguas, sino por la multiplicidad de culturas. Había italianos, japoneses, chinos,  yugoslavos, griegos, turcos, negros, etc.


El incesante trajín del trabajo del puerto, un paisaje que no se parecía a ningún otro de la ciudad de Buenos Aires, el paisaje del río, los entornos más agrestes de la Isla Maciel y de algunas partes de La Boca, el colorido de la arquitectura boquense, originó el eterno romance entre La Boca y Quinquela.


En ese barrio multicolor, en todo sentido, la cultura era parte de la vida cotidiana. Pues era natural la presencia de artesanos, tallistas y escultores. El ejercicio del arte era cosa de todos los días. Benito, repartía su tiempo entre la carbonería y el trabajo en el puerto, garabateaba, ensayaba, algunos dibujos, con el carbón de la carbonería, como el mismo va a reconocer, “con una ignorancia enciclopédica”.


En 1904 la familia se mudó a la calle Magallanes 970, una zona donde era popular la militancia social y la política parecía ser el camino para construir un futuro mejor. Nacían entonces los sindicatos, los gremios y los centros educativos. Benito comenzó a participar de la campaña de Alfredo Palacios, candidato a ser el primer diputado socialista de América Latina. Quinquela, con 14 años, tomó el primer pincel en su vida pegando carteles, también repartía volantes y manifiestos izquierdistas para ganarse unos pesos.

Su vocación con el pincel se afirmó con el ingreso a la academia Pezzini-Stiatessi, una de las tantas instituciones proletarias del barrio. Allí se enseñaban diversas disciplinas, entre ellas dibujo y pintura, y allí adoptó al único maestro que iba a tener en la vida: Alfredo Lázari. Con él empieza la orientación definitiva de la vocación de Quinquela.


"Las pintura de Quinquela no son paisajes sino escenarios. El escenario del trabajo, del esfuerzo, de la transformación de la obra humana. El Riachuelo es el desencadenante de esa gran obra que deriva en ciudades pujantes, en sueños de progreso", como define Víctor Fernández, director del Museo Benito Quinquela Martín. Según Víctor, es muy difícil encontrar objetos o lugares directamente referenciados en su obra. "Sus pinturas reflejan una percepción total del barrio", explica. "Quinquela mezcla en las telas cosas que había visto o le habían contado, cosas de su pasado, registros de lo que veía por la ventana, como así también cosas que no existieron nunca en la barrio pero que prefiguraban lo que él pensaba que iba a ser el futuro en la zona".


"La Boca que él crea en sus telas es una gran ficción, un gran invento, con una potencia tal, con una autenticidad tal que hace que todos estemos convencidos que La Boca era realmente así como él la pintaba. La va a transformar como él quería que fuese, con esas grandes intervenciones urbanas como la pintura de las grúas, de los guinches, de las calles, la gran creación del paisaje que es la calle Caminito. El expresaba “La Boca es un invento mío”, un invento que arraigaba muy profundamente, en un conocimiento absoluto de las raíces culturales de su barrio".


La obra de Quinquela se divide en grandes series: Días luminosos, Días grises, serie del Fuego y Cementerios de Barcos. En todas van a aparecer el paisaje boquense de alguna manera y cuando se aleja demasiado de la realidad pone en el horizonte un elemento “real” para volver a situarnos en el barrio: la cúpula de la iglesia San Juan Evangelista, algún detalle del Puente Transborador, el viejo Puente Pueyrredón de Barracas.


Con respecto a su técnica, el director del Museo describe que el artista tiene una marca absolutamente original, un lenguaje y una técnica propia, y que su gran virtud se basa en la representación a través de la materia: "No solamente un uso del color, que lo alejaba de muchos preceptos académicos provocando un rechazo por las elites de la crítica culta porteña, sino que su representación va a estar cimentada en el uso de gruesas capas de materia que tomaba lo que era el volumen del objeto representado. El óleo aplicado con espátula va enfatizando esas direcciones y esos volúmenes.


En 1936, Benito funda el “Museo Benito Quinquela Martín”. Este fue construido sobre terrenos donados por el pintor para la construcción de una escuela primaria y un museo. El museo está en Av. Don Pedro de Mendoza 1835. Quinquela había pensado el museo como un espacio ligado a lo educativo y pedagógico, una propuesta que en ese momento, en los años treinta, era muy innovadora y única. Por eso, el complejo que armó fue artístico, educativo, sanitario y social.


“El Museo de Bellas Artes de La Boca de Artistas Argentinos” como lo pensó y llamó Quinquela, fue en aquel tiempo una oportunidad para que los niños pudieran encontrarse con la diversidad de paisajes, costumbres y realidades de nuestro país, representadas por los grandes referentes del arte de la época.


Víctor Fernández, director del museo, hace hincapié en la mirada de la curadora, que rescata al Quinquela coleccionista y gestor cultural. “Su visión del arte nacional estaba inscripta con el ideario de lo tradicional, lo figurativo y lo argentino", dice. "Quinquela se plantó desde un lugar distinto, no crear en La Boca sino desde La Boca, constituyendo al lugar como espacio de enunciación de un discurso. Le tocó exponer en París, en los años 20, cuando París era el gran faro de la cultura mundial y todos iban a los talleres a buscar las novedades de las vanguardias. Pero Quinquela fue con otra idea, la de mostrar su aldea. No buscar para traer sino a llevar e intercambiar. Eso se advierte en la colección”.


El arte, la filantropía y las reuniones con amigos llenaron su vida y no le quedó resto para más, como formar una familia.


Así como el barrio de La Boca era su musa inspiradora, Benito quería que su barrio y su gente progresaran en todo sentido. Se inmiscuía en las historias de sus vecinos para poder ayudarlos y también ayudaba para que su barrio se viera más bello. Fue así, que en uno de sus tantos proyectos, floreció la idea de embellecer una calle sinuosa de su barrio a la que llamarían “Caminito”. Su trayecto sinuoso se debía a que originariamente fluía por allí un arroyo que desaguaba en el Riachuelo, y que debía cruzarse por un pequeño puente, debido a lo cual esa zona del barrio era referida como “Puntin” o "puente pequeño", en dialecto genovés o xeneize. En el año 1866 la empresa Ferrocarril Buenos Aires a Ensenada había construido un ramal de cargas entre la Estación General Brown y la Estación Muelles de la Boca, junto al Riachuelo. En 1898 la empresa Ferrocarril del Sud, pasando desde el centro de la ciudad por el hoy desaparecido “Barrio de Tres Esquinas”, compró la anterior, clausurando el servicio en 1928. Posteriormente la vía se convirtió en un sendero natural, conocido en el barrio como "La Curva", que fue deteriorándose como basurero.


Fue así que, en 1950, un grupo de vecinos, entre los que se encontraba el pintor boquense, decidieron recuperar el lugar. En 1959, a iniciativa de Quinquela Martín, el gobierno municipal construyó allí una calle museo ubicada en la calle Dr. Del Valle Iberlucea y Magallanes, con el nombre que le había puesto el tango, "Caminito": “Un buen día se me ocurrió convertir ese potrero en una calle alegre. Logré que fueran pintadas con colores todas las casas de material o de madera y cinc que lindan por sus fondos con ese estrecho caminito (...)Y el viejo potrero, fue una alegre y hermosa calle, con el nombre de la hermosa canción y en ella se instaló un verdadero Museo de Arte, en el que se pueden admirar las obras de afamados artistas, donadas por sus autores generosamente”.


Las casas de madera y chapa que tienen su frente al Caminito, responden al estilo del tradicional conventillo boquense, un tipo de vivienda popular precaria que caracterizó al barrio desde sus orígenes a fines del siglo XIX, como centro de residencia de inmigrantes genoveses. Debido a su valor cultural, las mismas están subsidiadas por el Estado, lo que permite garantizar un mantenimiento que los escasos recursos de los moradores del barrio no podrían realizar. Se encuentran pintadas de colores brillantes, una costumbre barrial que difundió el destacado pintor. En las calles adyacentes, pueden recorrerse los conventillos tradicionales de la Boca, construidos de chapas de metal acanaladas, montadas muchas veces sobre pilotes o cimientos altos debido a las frecuentes inundaciones, y pintadas con colores brillantes, tal como se encuentran mantenidos por sus habitantes.


Todo en la vida de Quinquela estaba planteado como los colores alegres de su barrio. Incluso sus restos fueron enterrados en un ataúd fabricado por él, años antes, porque decía "que quien vivió rodeado de color no puede ser enterrado en una caja lisa". Sobre la madera que conformaba el ataúd estaba pintado una escena del puerto de La Boca.


Benito Quinquela Martín tuvo una vida muy dura de esfuerzo, de trabajo. Aun cuando se dedicó al arte, nunca dejó de sentirse un trabajador más y nunca le quitó el cuerpo al esfuerzo que demandó, durante toda su vida, el arte.


Falleció el 28 de enero de 1977, a los 87 años, dejando un gran legado pictórico, histórico y cultural que dio identidad al barrio de La Boca, y que miles de turistas de todo el mundo no quieren dejar de admirar cada vez que visitan Buenos Aires. Además, sus pinturas forman parte de los principales museos del mundo.


Desde el 2010, figura un Monumento con la escultura del pintor frente al Museo Escuela que creó en 1936, en Av. Don Pedro de Mendoza 1835. La obra realizada, por el artista Antonio Oriana, que celebra los 120 años del nacimiento del pintor, es coronada por una de sus frases: "Cuanto hice y cuanto conseguí, a mi barrio se lo debo. Por eso mis donaciones no las considero tales, sino como devoluciones".