Complejo Histórico Santa Felicitas

A través de los años la historia de Felicitas Guerrero se convirtió en una leyenda, en un símbolo y un gran ejemplo de lo que se debe pagar, a veces, por tener la libertad de elegir el camino hacia la propia felicidad, sobre todo, para la época en la que transcurrieron los hechos. En Barracas, donde murió el 30 de enero de 1872, un templo lleva su nombre, aunque remite a una Santa del Siglo ll. En las rejas del templo figuran cintas blancas anudadas de los fieles para pedirle o conservar la llegada del amor, cuestión que convierte a Felicitas en una santa pagana milagrosa. Curiosamente, detrás de ese imponente y emblemático edificio que entorna la plaza Colombia, se esconde otro, con una historia poco conocida. Un tesoro que merece ser recorrido y que yace en el mismo predio donde habitara la familia Álzaga Guerrero. Un colegio, un templo escondido (sin salida a la calle y que jamás cumplió la función de tal), y un viejo comedor obrero, conforman un espacio enigmático donde la historia y la arquitectura se funden en leyendas. Todo esto se puede visitar en el “Complejo Histórico Santa Felicitas”.


En este predio, ubicado en lo que hoy es la manzana delimitada por Pinzón, Azara, Brandsen e Isabel la Católica, se erigía la mansión de descanso de los Álzaga Guerrero que, debido a la epidemia de la fiebre amarilla, se convirtió en el refugio y vivienda permanente de la familia. "La iglesia que hoy se levanta sobre la Plaza Colombia fue construida en honor a Felicitas y estaba dentro del predio de la casa. Esto habla de la fortuna de esta familia. De hecho, los materiales para la construcción se trajeron del exterior. En aquellos tiempos, este lugar estaba ubicado en las afueras de la ciudad y la casona era utilizada para el descanso de fin de semana de la familia, dado que la gente no acostumbraba a tomar vacaciones", explica Norma Demicheli, profesora de Historia y responsable de las visitas guiadas al lugar. Corría la segunda mitad del 1800 cuando los Álzaga disfrutaban de este palacete apartado del casco urbano de Buenos Aires que hoy forma parte del corazón de Barracas.


Los claustros, el templo y el viejo comedor están conectados por túneles subterráneos de 1893 que son toda una reliquia de la arquitectura originaria de la ciudad y que pueden ser recorridos en visitas guiadas que se realizan el último fin de semana de cada mes. Acceder al “Complejo Histórico Santa Felicitas” es una experiencia que se convierte en un viaje en el tiempo. En el indagar activo por los recovecos de la historia y sus misteriosos secretos, esos ladrillos del siglo XlX atestiguan y enmarcan este paseo en el que el aura de Felicitas Guerrero parece invitar y acompañar al visitante.


La muerte prematura de Felicitas impulsó a sus padres a encarar una tarea solidaria y a cursar un destino diferente al gran dominio en el que habitaba su hija: "Una congregación de sacerdotes Lourdistas, que había llegado a estas tierras, se contactó con los padres de Felicitas, quienes les donaron este terreno para que levantasen un colegio y les solicitaron, como contraprestación, la entrega de becas para niños que no tenían recursos para estudiar", relata Demicheli. Además de esa casa de estudios, se construyó un comedor para ser utilizado por los obreros de la pujante zona en la que se instalaban, a fines del siglo XlX, numerosas industrias dada la cercanía con el puerto y el acceso rápido al sur provincial.


Hoy, no falta quien hasta se ilusiona con observar la sombra de Felicitas deambular para confirmar el viejo mito fantasmal que merodea el lugar, recuperando aquella tradición de los vecinos del siglo pasado que, banquito en el umbral, se sentaban a esperar para ver pasar el espectro angelical. Pues se cuenta que: "una vez muerta Felicitas, su nana observó una sombra blanca atravesar el lugar. Espantada, salió corriendo, provocando un accidente que le costó la vida. Ahí nació el mito", explica la guía Demicheli. Algunos aseguran que el 30 de enero de 1972, a cien años de la muerte de Felicitas, las campanas de la Iglesia sonaron sin que nadie las accionara. Otros, adhieren a aquella leyenda que confirma que los 30 de enero, una mujer vestida de novia vaga llorando por los jardines del templo.


Lo que sucedió en torno a la muerte de Felicitas Guerrero es, en gran medida, un enigma. Lo cierto es que fue considerada, en su tiempo, la mujer más hermosa del país. Adinerada y elegante, lo tuvo todo. Sin embargo, la vida se encargó de sacarle desde el amor hasta los hijos. Fue segregada por su entorno aristocrático que no le perdonó la libertad ejercida sobre sus decisiones afectivas. Su muerte conforma uno de los hechos más intrigantes de la historia argentina, con indicios que hoy la vincularían a un femicidio pero, en ese entonces, nadie supo, o quiso, interpretar.


Felicitas contrajo matrimonio el 2 de junio de 1864 con Martín Gregorio de Álzaga y Pérez Llorente. Fue una imposición de su padre debido a la riqueza que tenía el futuro esposo, quien poseía fortuna en tierras y dinero. Al caballero en cuestión le sobraba riqueza y años. Ella, era una joven de dieciocho y él, ya llevaba cinco décadas a cuestas. Tuvieron dos hijos: Félix y Martín, ambos fallecidos, se dice, por consecuencia de la epidemia de fiebre amarilla que azotaba a la ciudad. El menor moriría a poco de nacer, y a horas de enviudar su madre, en marzo de 1870. Una verdadera tragedia con dos muertes inexplicables. "Martín de Álzaga ya tenía cuatro hijos con María Caminos, una brasileña con la que no estaba casado bajo el sacramento de la Iglesia. Por eso, cuando muere, ya casado con Felicitas, a esos hijos no les correspondería nada. Lo curioso es que el testamentario de Felicitas todavía está en un Juzgado. En esa época, se especificaba desde las ropas hasta los muebles de la persona que moría", explica Ellen Hendi, arquitecta responsable de la preservación del patrimonio del Museo Santa Felicitas y una de las impulsoras de convertir este espacio en un polo de estudio histórico.


Felicitas era una joven muy codiciada: bella y millonaria. Viuda y con sus hijos muertos, no cumplió con el mandato social del luto prolongado que duraba años, lo cual le costó muchas habladurías y hasta la propia vida. Un tal Enrique Ocampo había puesto los ojos en ella. Felicitas lo habría ilusionado con un futuro compartido. Todo indicaba que conformarían un matrimonio políticamente correcto. Sin embargo, al regresar del campo, el carruaje de Felicitas, en medio de una tormenta, se empantana, siendo socorrida por Samuel Sáenz Valiente, propietario de la estancia cercana, quien le cede cobijo tanto a ella como a sus amigos compañeros de viaje. Allí habría surgido el amor entre Felicitas y Samuel. Y el comienzo de una nueva tragedia en su vida. "Cuando Felicitas conoce a Sáenz Valiente, se enamora de él, dejando de lado a Enrique, quien, víctima de sus celos, el 29 de enero de 1872 le apunta un disparo mortal. De todos modos, hay mucho de novela en la historia que llegó hasta nuestros días porque, a ciencia cierta, no se sabe muy bien qué sucedió", explica la guía del lugar.


Felicitas luego de su viudez volvió a tomar las riendas de su vida, abandonando, en cierta medida, la tutela de su padre. "En esa época se pasaba del luto al semiluto y todo este proceso tomaba años. Como ella llevó muy poco tiempo el luto, la sociedad la juzgó duramente. Cuando sucedió el femicidio, la prensa dejó entrever que eso le sucedía a las coquetas. Para una viuda, no era fácil volver a vivir en sociedad", sostiene Demicheli. En torno a ese destino truculento se levantaron los edificios que hoy conforman el “Complejo Histórico Santa Felicitas”. Esas donaciones de los padres de la joven dejaron plasmada para siempre la memoria de su hija ofrendando a la ciudad un espacio para educación de los niños, fe de los vecinos y asistencia a los obreros que trabajaban en la zona. Cuando sucede la tragedia de Felicitas, sus padres buscaron en el Santoral la virgen a la que estaría dedicado el templo a construir en honor a su hija y en los propios jardines de la mansión familiar donde la joven fue asesinada y donde se suicidó Enrique Ocampo, una vez cometido el crimen utilizando la misma pistola. Así fue como apareció Felicitas, una santa del Siglo ll, madre de muchos hijos, todos martirizados por ser cristianos. El templo, que data de 1876 y era privado al momento de terminarse, tiene características muy particulares: nadie contrae matrimonio allí y no cuenta con un pasillo central para acceder al altar. Solo se celebra misa y pueden apreciarse, entre otras obras de arte, las estatuas de Martín de Álzaga y de Felicitas. El edificio es de estilo ecléctico alemán, diseñado por el arquitecto Ernesto Bunge.


Pero en ese predio, también se halla un Templo escondido y una tragedia que lo atestigua en su historia. Pocos vecinos conocen esta reliquia neogótica construida en 1893 con características similares, a menor escala, del santuario de Lourdes de Francia. Se trata de un templo construido dentro del actual Instituto Santa Felicitas de San Vicente de Paul, pero que jamás funcionó como tal y que nunca fue consagrado como espacio sacro.


Ingresar al mismo es una experiencia sorprendente. Cuenta con 28 vitrales de gran valor patrimonial realizados por el francés Gustave Pierre Dagrant. "Su taller fue el responsable de los vitrales de la Basílica de Luján. En Francia, sus obras son consideradas Patrimonio Histórico", relata Ellen Hendi. Las razones por las que el templo jamás cumplió su función tienen que ver con otra tragedia sucedida allí. "El padre Alejo Rouseaud, a cargo del lugar, había pedido un préstamo al banco para levantar el colegio. Para saldar las cuotas, le daba el dinero a un empleado para que fuese a pagar regularmente, pero el empleado se quedaba con el dinero y le entregaba al sacerdote un recibo falso. Cuando se descubre la estafa, todo este edificio entra en remate y el padre Rouseaud se suicida. Ahí es cuando aparecen las señoras de San Vicente de Paul que comienzan a dirigir el lugar. Eso sucede en 1904 y, desde ese entonces, este lugar pertenece a la Conferencia de San Vicente de Paul", detalla Demicheli.


Otro de los espacios para recorrer en el complejo es la sala que fuera destinada al comedor obrero. Al mismo se puede ingresar desde la calle por una puerta minúscula de poco más de un metro de altura que conecta con uno de los túneles y con el antiguo comedor. El mismo tenía capacidad para mil obreros que abonaban un valor simbólico de 20, 10, y 5 centavos. Y, si no contaban con ese dinero, se les daba el almuerzo gratis. Las Damas de Beneficencia eran las que trabajaban junto con las religiosas para sostener la iniciativa.


A fines del siglo XlX, esta zona, hoy conocida como el barrio de Barracas, era un lugar pujante donde decenas de industrias se instalaban a la vera del Riachuelo y sobre el camino central, hoy denominado Av. Montes de Oca, que era una gran vía para conectar esta zona suburbana con el centro de la ciudad. La cercanía con el puerto hizo que se convirtiese en un polo comercial muy importante donde miles de obreros trabajaban a destajo durante largas horas del día. Según relata la guía Norma Demicheli "cuando Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás Avellaneda comienzan a organizar el Estado Argentino, comienzan a instalarse aquí las fábricas. En esa época era un lugar donde se mezclaba el aroma del chocolate (cerca estaban las fábricas de Bagley y Águila) y los olores nauseabundos de las barracas. Sin dudas, era un lugar abierto a la inmigración. Todos buscaban trabajo en estas empresas que no tenían comedor. Es por eso que las monjitas que ya estaban instaladas acá lo abrieron. Las congregaciones que lo tuvieron a cargo fueron San Vicente de Paul, Jesús María, y la De los Santos Ángeles Custodios". En las actuales visitas guiadas, se pueden recorrer esos espacios. Observar la vajilla original, las máquinas de la cocina, los objetos del lavadero industrial de ropa y fotografías de época donde se puede apreciar a los obreros almorzando en el lugar. Baldosas en el piso y paredes de ladrillos originales invitan a recrear aquellas escenas de inevitable bullicio dado que el comedor tenía capacidad para mil personas. En general, se servían guisos calóricos que servían para amortiguar el frío y otorgar a los comensales la energía suficiente para continuar con el duro trabajo en las fábricas.


Los túneles conectan las salas temáticas que están dedicadas a las Industrias y Oficios, los Inmigrantes, el Puerto, la Ciudad, la arqueología barrial, el Museo de Sitio y el espacio Cinema. Una de las salas está íntegramente dedicada a Felicitas con vestuario que evoca el utilizado en la época. También es posible encontrarse con objetos de gran valor patrimonial como el Cristo Yacente, un sagrario español sin consagrar, y hasta las arañas que pendían en la capilla ardiente de Eva Perón.


Los monjesl ourdistas construyeron este edificio en 1893. En 1901 fue inaugurado como un colegio de varones. En estos túneles, originariamente, se almacenaban alimentos. Entre 1905 y 1945 funcionó el comedor. De 1945 a 1970 la lavandería Santa Felicitas. Y, desde 2002, el espacio se convirtió en museo gracias a la iniciativa de Ellen Hendi.


Los túneles son extensos, abarcando más de 150 metros cada uno. Originalmente, conectaban con la actual Plaza Colombia, con lo cual es posible que removiendo esas tierras se puedan encontrar tramos ocultos en esta área catalogada de Protección Histórica.

Las visitas guiadas se realizan el último fin de semana de cada mes a las 15, 16 y 17 horas. El último sábado de cada mes, a las 20 horas, se realiza una visita nocturna que incluye la cena donde se puede degustar el guiso obrero tradicional y vino, mientras se disfruta de un espectáculo musical en el Templo Escondido. Además, se organizan visitas guiadas para mujeres donde se cuenta la historia en perspectiva con la cuestión de género e incluye la recorrida por el dormitorio de las pupilas, degustación de licor y prueba de corset de época. Reservas, consultas e informes: visitasguiadas@santafelicitasmuseo.org.ar. Dirección: Pinzón 1480, Barracas.