Teatro Cervantes

La inauguración del Cervantes el 5 de setiembre de 1921, tuvo una doble significación. Por un lado, para el país, el suceso tuvo un despliegue excepcional por parte de la prensa porteña. Por otro, fue la cristalización del sueño más anhelado de la actriz española María Guerrero y su esposo Fernando Díaz de Mendoza, matrimonio que no sólo empeñó su voluntad y toda su energía, sino su fortuna personal para concretar el proyecto de construir en Buenos Aires el gran teatro.


María Guerrero era actriz, directora de escena, maestra de artistas y musa inspiradora de los dramaturgos de su tiempo, llegó por primera vez a Buenos Aires en 1897, encabezando la compañía que dirigía con su esposo.


Tenía 30 años y un nombre que se asociaba con la renovación del arte dramático y escénico de España, donde el público la amaba. Y no fue menor el reconocimiento del público argentino. La compañía Guerrero- Diaz de Mendoza o del Teatro de la Princesa de Madrid, que Guerrero y su marido dirigían, rápidamente consolidó su prestigio en Buenos Aires. Durante la primera década del siglo XX, el desaparecido teatro Odeón la esperaba cada año para la presentación del amplio repertorio que ya sabía de los aplausos del público español.


Los diarios y las revistas de la época no dejaban de elogiar las presentaciones de María Guerrero: “Su admirable temperamento, su vasta cultura artística, su dicción impecable…”. No sólo en el teatro, sino también en los salones y en las tertulias selectas de nuestro mundo social, se acogen y celebran íntimamente los rasgos ya familiares de la gentil artista: su conversación espiritual, su gracia tan castellana, su porte distinguido, en suma, su cultura de elevado gusto”.


En 1918, los diarios anunciaron la construcción del teatro de los esposos Guerrero-Díaz de Mendoza en el terreno de la esquina de Libertad y Córdoba. Ambos actores se lanzaron a la empresa con pocos recursos, pero comprometiendo hasta al mismo rey de España para que todo el país trabajara sin condiciones. Tanto se entusiasmó Alfonso XIII con este proyecto, que adhirió a su realización y ordenó que todos los buques de carga españoles de su gobierno que llegasen a Buenos Aires debían transportar los elementos artísticos indispensables para el Cervantes.


Diez ciudades españolas trabajaron para el suntuoso teatro: de Valencia, azulejos y damascos; de Tarragona, las losetas rojas para el piso; de Ronda, las puertas de los palcos copiadas de una vieja sacristía; de Sevilla, las butacas del patio, bargueños, espejos, bancos, rejas, herrajes, azulejos; de Lucena, candiles, lámparas, faroles; de Barcelona, la pintura al fresco para el techo del teatro, de Madrid, los cortinados, tapices y el telón de boca, una verdadera obra de tapicería que representaba el escudo de armas de la ciudad de Buenos Aires bordado en seda y oro.

Viviendo en un pequeño sector de aquel edificio en obra, invirtieron todos sus ahorros, préstamos y aportes voluntarios de los prestigiosos círculos sociales, financieros y artísticos de Buenos Aires. El matrimonio Guerrero y Díaz de Mendoza -junto con sus tres hijos Fernando, Carlos y María, que también formaban parte de la compañía- levantaron aquel teatro anhelado al que decidieron llamar Teatro Cervantes, en homenaje al mentor del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.


El diseño y la ejecución de las obras estuvo a cargo de los arquitectos Aranda y Repetto quienes, junto con Guerrero, estuvieron de acuerdo para que la fachada del edificio reprodujera en todos los detalles a la de la Universidad de Alcalá de Henares, de estilo Renacimiento y columnas platerescas.


Imponente y elegante, la obra fue cobrando forma hasta que al fin, el 5 de setiembre de 1921 se inauguró con gran esplendor y con la señora Guerrero interpretando “La dama boba” de Lope de Vega, una pieza que había marcado tantos momentos trascendentes de su vida. El Teatro Cervantes fue otro acto de amor por el teatro de esta mujer que le había entregado su vida a la escena.

La sala principal se creó para que sea el verdadero corazón del teatro. Tiene el diseño del teatro clásico en forma de herradura y actualmente una capacidad para 870 espectadores en total, distribuidos en una platea para 400 personas y cinco niveles alternando palcos bajos, balcón y altos, la tertulia, el paraíso y la barra. Ese corazón hoy se llama Sala María Guerrero.

Desde que abrió las puertas hasta 1926, el Teatro fue puro esplendor. Contaba con un repertorio incluía autores españoles, europeos clásicos y contemporáneos, como también obras de autores locales. Participaban compañías inglesa, francesas, rusas, alemanas, italianas que llenaban las salas con puestas en escena de obras dramáticas, sinfónicas clásicas, festivales a beneficios, conciertos con coros, orquesta, y baile de cierre. Además, los conciertos de música clásica eran transmitidos por radio, la novedad tecnológica del momento.


En paralelo, desde 1920 en adelante se produce el florecimiento del teatro nacional, en que las compañías locales inician sus primeras giras por Europa y Latinoamérica.


La compañía María Guerrero-Díaz de Mendoza no solo estaba a cargo de la logística del teatro sino que también estrenaba sus obras, sobre todo durante los primeros tres años, ya que a fines de 1925 se desencadena una crisis económica irreversible. De 1925 a 1927, solo dos compañías nacionales actúan en el Cervantes.


Los altos costos de mantenimiento y el mal manejo administrativo de Fernando Díaz de Mendoza, derivaron en un fuerte endeudamiento. En 1926, cuando la deuda alcanzó una suma millonaria, los abrumados esposos propietarios del Cervantes sintieron que no tenían más alternativa que rematar el edificio en subasta pública.


La prensa del momento anticipaba que el Cervantes se convertiría en un casino y cabaret. Entre los amigos de María y Fernando se destacaba el autor argentino Enrique García Velloso que, en ese entonces, tenía el cargo de vicedirector del Conservatorio. Alborotado por los rumores, García Velloso intervino y planteó la posibilidad de convertir el Cervantes en sede del teatro oficial.


Esta moción fue apoyada por artistas y personas vinculadas al teatro quienes solicitaron una audiencia con el presidente de la Nación Marcelo T. de Alvear para promover la adquisición del Teatro por parte del gobierno.


Fue así que por decreto de julio de 1924, el entonces presidente de la República creó el Conservatorio Nacional de Música y Declamación. Al año siguiente, la Comisión Nacional de Bellas Artes estudió la forma de dar al país un teatro oficial que fuera también el escenario lógico de los futuros alumnos del Conservatorio. Para cristalizar el proyecto, García Velloso, planteó la posibilidad de lograr de inmediato el edificio para el teatro oficial.


El 16 de julio de 1926, el Banco Hipotecario Nacional vende en pública subasta el Teatro Cervantes y el teatro es adquirido por el Banco Nación. Hasta que el Congreso aprueba el contrato de compra del Teatro Cervantes, el Banco Nación da en arrendamiento el teatro por cinco años al gobierno. A partir de allí en el Cervantes se dictan todas las clases del Conservatorio Nacional, de música, danza y arte escénico.


En 1932 el Estado cancela la deuda al Banco Nación por la compra del Teatro Cervantes. Es así como el Teatro Cervantes se convierte en patrimonio nacional.


En 1933 se dispuso por ley la creación del Teatro Nacional de la Comedia y se destinó para su funcionamiento el Teatro Cervantes, bajo la autoridad de la Comisión Nacional de Cultura creada, a su vez, por la misma ley. Pasarían dos años, sin embargo, hasta que el objetivo se concretara. En efecto, siendo Matías Sánchez Sorondo presidente de la Comisión Nacional de Cultura, se le encomendó al actor y director Antonio Cunill Cabanellas la organización y dirección de la Comedia.


Paralelamente a esta labor, Cunill fundó el actual Instituto Nacional de Estudios de Teatro. Inauguró un Museo de teatro en el ala derecha del hall de ingreso al Cervantes, y sentó las bases del Archivo Teatral y de la Biblioteca del Instituto.


En 1941 Cunill Cabanellas renunció a la Comedia Nacional. Los brillos de la Comedia continuaron por un tiempo bajo las sucesivas direcciones de Armando Discépolo, Elías Alippi y Enrique De Rosas, quienes cerraron un quinquenio de oro en la trayectoria del espectáculo teatral argentino.


Claudio Martínez Paiva, Eduardo Suárez Danero, Roberto Vagni, José María Fernández Unsain, Alberto Vaccarezza y Pedro Aleandro fueron los sucesivos directores hasta 1955, año en que no hubo temporada oficial, pues en diciembre de 1954 el Poder ejecutivo suprimió por decreto la Comisión Nacional de Cultura que presidía Cátulo Castillo.


El 10 de agosto de 1961, un incendio destruyó gran parte de las instalaciones del Teatro Cervantes. Si bien la pérdida no fue total gracias a la intervención del secretario técnico Víctor Roo, quien rápidamente accionó el telón de seguridad, los daños fueron muy grandes. El ministerio de Educación y Justicia aprobó entonces la reconstrucción y remodelación del teatro. Los trabajos se desarrollaron en una superficie de más de diez mil metros cuadrados e incluyeron además, la construcción de un edificio sobre la avenida Córdoba en un solo block de 17 pisos (3 subsuelos, planta baja y 13 pisos altos) en el que quedaron incorporados el nuevo escenario de mayores dimensiones y altura que el original, fosos, parrillas, talleres, salas de ensayo, camarines, depósitos y oficinas para la administración.


El Teatro Cervantes se reabrió en 1968. A partir de ese momento y por casi un período de casi tres décadas, las temporadas tuvieron una producción teatral heterogénea. Por cierto, que el teatro no quedó excluido de los vaivenes políticos del país y sintió, obviamente, el peso de las dictaduras. Sin embargo, directores y elencos prestigiosos se impusieron en sus escenarios a pesar de los obstáculos. La programación privilegió a los autores nacionales pero incluyó obras del repertorio universal.


El 1° de enero de 1997, siendo por ese entonces director del Cervantes el dramaturgo Osvaldo Dragún, fue otorgada por decreto la autarquía al teatro. Comenzó a regir el 1° de enero de 1997. Fue este un logro o reivindicación largamente anhelado, por el que gente de la cultura había luchado mucho tiempo, especialmente en los últimos años a través de la Asociación Argentina de Actores. Las voces y reclamos de la gente de la cultura hallaron respuesta mediante la sanción de una Ley de Teatro que el país merecía y para que, finalmente, se aliviara al Cervantes de tantos aspectos burocráticos de la administración pública. Si bien el Cervantes sigue dependiendo de la Presidencia de la Nación, a través de la Secretaría de Cultura, a partir de 1997 goza de mayor independencia para administrar sus recursos y por supuesto, para definir los criterios artísticos a seguir.